domingo, 27 de febrero de 2011

La libertad por Alejandro Rozitchner



En general, cuando hablamos de libertad, tendemos a asociarla a figuras de opresión, es decir, a pensar a la libertad en relación con algún poder o persona o circunstancia o grupo social que produce restricciones a esa libertad. Esa postura tiene sentido cuando hay realmente alguien que ocupe efectivamente ese lugar, como en el período de la dictadura, por ejemplo. Pero cuando no lo hay, como no lo hay ahora en nuestro país, señalar a un responsable externo de la falta de libertad es sólo un truco para no dar las batallas por la propia vida.

En la Argentina actual, tenemos más libertad de la que somos capaces de usar. Sí, tenemos un gobierno con algunas prácticas cuasifascistas, torpe, limitado, corrupto, que miente y cree sus propias mentiras como si nadie se diera cuenta, pero ese gobierno no limita la libertad de nadie.

No sólo porque hay libertad de prensa (hay ataques a la prensa, también, y patotas, pero no puede decirse que falte la libertad o haya censura alguna), sino porque el límite a la libertad, en situaciones democráticas, debe ser entendido como un límite que la sociedad se pone a sí misma y no endilgársele a ningún factor de presión.

Sí, claro que hay factores de poder, grupos que presionan y tratan de lograr sus objetivos, en el gobierno o fuera de él, pero esos factores de poder son legítimas partes del juego de fuerzas que habita toda democracia. La realidad es así, se expresa en luchas de poder. No es un defecto del mundo, es su forma, y tenemos que participar de ella.

Ninguna democracia es perfecta y menos lo es la nuestra, nacida de la incapacidad del gobierno militar más que de una "lucha popular". Pero el trabajo de mejorarla, de poner más libertad en escena, está en nuestras manos, y si no lo logramos es por mera incapacidad nuestra. O sea: lucha siempre habrá, es natural, no puede no haberla, o aun más, si faltara faltaría también la vitalidad social necesaria para que se trate de un mundo vivo y no de uno agonizante (como lo son esas sociedades en donde la lucha de fuerzas está impedida por un régimen autoritario, al tipo Proceso, Cuba, etc.).

Donde mayor aplicación encuentra la idea de la libertad, entonces, ya que descontamos que la sociedad permite muchos desarrollos que aun no hemos sido capaces de lograr, es en el plano personal. ¿Y qué es ser libres, en la esfera individual?

Podemos representarnos a la libertad como un movimiento de soltura, en donde no hay restricciones o en el que las restricciones son integradas y de algún modo soslayadas sin perder fluidez y verdad. Ser libre, para una persona, es mostrarse tal cual es, expresar sus deseos verbalmente y sobre todo con acciones, con proyectos, elaborando en el paso del tiempo una vida que represente el querer personal y no un modelo o preferencia ajena.

Ser libre es casarse si uno quiere y si no, no hacerlo, estar con las personas que a uno le dan ganas de estar y no con otras, ir haciendo una carrera laboral en el plano en el que nos resulta significativo hacerlo, sí, con todo el esfuerzo y enfrentando la serie de obstáculos que la realidad siempre pone en el camino de todos. Porque la libertad, bien entendida, no quiere decir que no habrá problemas y dificultades, si no que uno podrá desplegar sus recursos para enfrentarlas.

Ser libre es animarse a cambiar, a buscar las formas de ser que más nos representan y satisfacen. Ser libre es ser un proceso de metamorfosis constante y no una forma fija. Ser libre es permitirse las contradicciones reales que tiene cualquier persona, vivirlas, explorarlas, y no ceñirse a una representación moral para quedar bien. Ser libre es no preocuparse tanto por quedar bien, por lo que otras personas dicen de uno, si no ser capaces de encontrar el propio criterio y de vivir según él. Ser libre es no asustarse de lo que uno siente, piensa o quiere, y mirar a la cara todas estas cosas, integrándolas a la complejidad de ser una persona.

La libertad es una idea remanida, pero también es un concepto orientador en estas búsquedas existenciales, que son el terreno básico de cualquier realidad. Si usamos la idea de libertad para quejarnos de su falta, y señalamos a partir de allí responsables de esta situación, usamos la idea para sentirnos esclavos. Nada más lejano del estímulo que está idea debería traernos, de la excitación de la osadía, del deseo, del crecimiento personal y social que debería expresar. No sólo hay que ser capaces de dejar de hablar socialmente, cuando hablamos de libertad, también hay que volverse protagonista de una aventura individual que traduzca nuestras necesidades, nuestras ganas, nuestra forma personal, única y valiosa, de ser. La libertad está ahí, como idea, para recordarnos nuestro propio compromiso con la aventura de vivir.

Y para terminar, una vez más, recordemos lo que Andrés Calamaro expresó tan bien en una de sus letras: la vida es una cárcel con las puertas abiertas. Sólo le falta libertad al que quiere que le falte. Adelante, la vida es nuestra

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