martes, 23 de julio de 2024

REATOS DE HECHOS VIOLENCIA LABORAL Y DISCRIMINACION POR GUSTAVO Y ROMINA

 

DENUNCIA MALTRATO / HOSTIGAMIENTO / DISCRIMINACIÓN

SR. AGENTE FISCAL DE LA

UFI 8 DE LOMAS DE ZAMORA

S_____/__________D

Aldo Marcelo Luna, DNI 34270207, con domicilio en la calle potosí 597, de la localidad de Parque Barón, Partido de Lomas de Zamora, email lunaaldomarcelo@yahoo.com.ar, aldo.luna@pjba.gov.ar con número de teléfono 1166701630/ 1134814608 ,  en IPP -07-00-031022-24/00, con intervención de la UFI nro. 8  y el Juzgado de Garantías nro. 8 departamental. por derecho propio me presento y digo:

Los relatos de los hechos que voy a transcribir en la presente para que se realice la investigación pertinente frente dos funcionarios públicos de abolengo y con carrera en el Poder Judicial Lomas de Zamora, no es sencillo poder tener en cuenta cada suceso, mas, aunque desde mi ingreso y mi nombramiento el 28 de agosto del 2013, y los años venideros dentro de ese Juzgado, que a todas luces lo defino como una jaula de hierro, donde la burocracia y el maltrato se encuentran en tándem.

El ambiente en el Juzgado de Garantías Tres era tenso. Los pasillos, normalmente tranquilos, se llenaban de murmullos cuando Romina Luongo y Gustavo Gaig, compañeros del juzgado, me llamaron a la oficina de la secretaria. Sus rostros, marcados por una expresión severa, presagiaban lo que estaba por venir.

Me encontraba sentado frente a Romina y Gustavo. De repente, la atmósfera se volvió densa cuando Romina cerró la puerta con un golpe seco, abriéndola de nuevo las  puertas abiertas para que cualquier persona que pasara pudiera escuchar lo que sucedía dentro, todo esto ocurriendo durante junio / julio del 2014, vale aclarar en pleno mundial del Brasil.

 

"¡No tenes idea de con quién estás tratando!" gritó Gustavo, su voz resonando en la pequeña oficina. Romina se unió, su tono igualmente feroz. "¡Te vamos a sacar de aquí de una patada! ¡Esto es inadmisible!", porque realmente en ese momento, no llegue a atender a un amigo de Gustavo, que se llamaba Hernán, en ese mes  estábamos de turno, y disculpe esta expresión, pero ningún chico de mesa es Ghanesa, para realizar varias cosas a la vez, desde atender a las personas en la Mesa de Entrada, enviar fax a las comisarias o servicio penitenciario, o atender los teléfonos, y el solo hecho que íbamos unos  días de turno, a todas luces, las mejores caras no se visualizan, sino que al revés, denotan lo  peor de aquellos que sostienen el poder, y creen que pueden hacer a diestra y siniestra lo que deseen con el otro u otra. Pero realmente su enojo ya venía de antaño, como había mencionado y mencionare la cuestión partidaria o mi orientación sexual, a su saber era una molestia.

Continuando con ese momento que me lleno de congoja, el volumen de sus gritos era tal que los empleados de otros juzgados comenzaron a detenerse y a mirar con preocupación. Sentía sus miradas, inquisitivas y alarmadas, fijas en la puerta abierta. Mis manos temblaban mientras intentaba encontrar palabras, pero el miedo y la angustia me paralizaban.

"¡Sos una vergüenza para este lugar! ¡No te queremos aquí!" continuó Romina, acercándose cada vez más, invadiendo mi espacio personal. Gustavo, de pie junto a la puerta, vigilaba cada uno de mis movimientos con una mirada amenazante.

Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas mientras la desesperación se apoderaba de mí. No podía encontrar sosiego en ningún rincón de la oficina. Me sentía atrapado, como un animal acorralado, sin salida. Cada palabra, cada mirada de Romina y Gustavo, era una puñalada directa a mi dignidad.

"¡Te vamos a echar y todos aquí sabrán por qué!" exclamó Gustavo, aumentando la intensidad de sus amenazas. Su voz retumbaba en mi cabeza, y el pánico me impedía pensar con claridad.

Al final del día, después de ese tormento, decidí que no podía quedarme callado y luego de un tiempo, varios años tomo coraje para relatar la presente.

La normativa argentina establece que las amenazas, especialmente aquellas que se realizan de manera tan pública y violenta, pueden constituir un delito bajo el artículo 149 bis del Código Penal Argentino. Este artículo prevé penas de prisión para quienes amenacen con causar un mal grave y futuro, lo cual claramente aplicaba en mi caso. Además, el acoso laboral, conocido como mobbing, está regulado por la Ley de Contrato de Trabajo, y las acciones de Romina y Gustavo constituían una grave violación a mis derechos como trabajador, aunque la presente se tiene que visualizar con las normativas de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires.

La situación no solo había sido una agresión a mi persona, sino también una forma de violencia psicológica que afectaba mi desempeño y bienestar en el trabajo. Las miradas y el constante control de Gustavo sobre mis acciones solo incrementaban mi ansiedad y sensación de vigilancia continua.

Confié en que las autoridades tomarían cartas en el asunto y que, finalmente, encontraría justicia. Las lágrimas y el miedo de esa tarde serían las pruebas de que, aunque intentaron doblegarme, mi voz sería escuchada.

Soy consciente de la delicadeza de este tema y trataré de relatarlo con el respeto y la sensibilidad que merece. Aquí tienes el relato en primera persona.

Desde el momento en que me diagnosticaron con VIH, supe que sería un desafío no solo médico, sino también social. Lo que no imaginé fue que la discriminación vendría de alguien tan cercano en el ámbito laboral.

Confié en Romina Luongo, una compañera del Juzgado de Garantías, y decidí compartir con ella mi situación. Pensé que podía contar con su comprensión y apoyo, pero su reacción me tomó por sorpresa, mas allá del historial negativo que teníamos, pensé que esto podría humanizarla.

Al principio, Romina intentó mostrar empatía, pero pronto sus miradas comenzaron a cambiar. Notaba en sus ojos un juicio silencioso, una mezcla de temor y desaprobación. En lugar de apoyarme, empezó a distanciarse, tanto emocional como físicamente.

"Deberías separar tus cosas personales," me dijo un día, con un tono que intentaba ser amistoso pero que no pudo esconder su verdadero sentimiento. "Platos, vasos, tu juego de mates... es por seguridad, ya sabes."

Me quedé paralizado. No sabía qué responder. Romina, a quien consideraba una amiga, ahora me veía como un peligro. A medida que pasaban los días, su comportamiento se hizo más evidente. Cada vez que tocaba algo, ella lo limpiaba inmediatamente después, como si mi sola presencia contaminara todo a mi alrededor.

"Creo que deberías contarle a todos en la oficina que tienes VIH," me sugirió un día, con una frialdad que me rompió el alma. "Es justo que lo sepan."

Su actitud me hacía sentir como un leproso en tiempos antiguos, alguien a quien todos debían evitar y temer. La tristeza y la humillación se apoderaron de mí. Me veía obligado a trabajar en un ambiente hostil, donde cada mirada, cada gesto de mis compañeros era un recordatorio constante de mi condición y del rechazo que generaba.

La situación se volvió insoportable. No soportaba tanta maldad, tanta discriminación. Cada día era una lucha contra la desesperanza y la indignidad. Finalmente, decidí que no podía quedarme callado. Con lágrimas en los ojos, redacté una denuncia detallada sobre el trato que estaba recibiendo.

La Constitución Nacional Argentina y diversas leyes protegen a las personas de cualquier forma de discriminación. La Ley Nº 23.592 establece penas para aquellos que realicen actos discriminatorios por motivo de raza, religión, nacionalidad, ideología, opinión política o gremial, sexo, posición económica, condición social o caracteres físicos. En el caso del VIH, cualquier acto de discriminación es considerado un delito grave.

Además, el artículo 248 del Código Penal Argentino agrava las penas cuando los actos discriminatorios son realizados por funcionarios públicos, como en el caso de Romina. Este artículo impone penas severas para aquellos que abusen de su autoridad para discriminar o maltratar a otros.

Mi intención es seguir adelante con esta denuncia y redactar lo que me sucedió frente al fiscal  DE TODO LO SUCEDIDO EN Garantías 3. No solo por mí, sino por todos aquellos que sufren en silencio la discriminación y el rechazo. Merecemos vivir y trabajar en un entorno donde se nos respete y se nos trate con dignidad.

Esta historia refleja la profunda tristeza y el dolor de la discriminación, y subraya la importancia de la normativa argentina en la protección de los derechos humanos y la lucha contra la discriminación, especialmente cuando es perpetrada por funcionarios públicos.

FDO:  Aldo Marcelo Luna

 

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